Bruselas, el gran engaño medioambiental

Manuel Millet, coautor de “La traición europea”

Foto de “La Vagabonde”, el catamarán utilizado por Greta en su travesía atlántica en 2019, fuente: 20 minutos.

En diciembre de 2019, las élites globalistas estuvieron llegando en avión a Madrid, contaminando a todo trapo, pero dispuestos a continuar haciéndose fotos y reportajes dándose esos golpes en el pecho que tanto les gusta sobre el cambio climático, sobre la emergencia climática, sobre la transformación de “modelo productivo”, sobre salvar el planeta… pero ninguna propuesta, nos tememos, sobre cómo deben nuestros agricultores llegar a final de mes; eso sí, la Thunberg, para dar ejemplo, no vino en avión, vino a la cumbre de Madrid en barco de vela…. Sin embargo, también esto es un fraude:

El teatro del viaje de Thunberg:

En realidad, se comenta que Thunberg no es nada más que un producto publicitario. Su viaje en velero, en la opinión de un experto. da demasiado que pensar. Recordemos que para acudir a la cumbre de Madrid zarpó con un barco desde Virginia. En concreto, un catamarán, que es un barco con dos cascos, como todo el mundo sabe.

Según cita el experto, cualquier navegante avezado sabe que las condiciones del viaje, con vientos de fuerza seis en esas fechas sobre el Atlántico, impide que el barco pueda transitar de forma directa, teniendo que tomar lo que en el argot marino se conoce como “rumbos evasivos”, con lo que se conoce como vientos portantes, dado que, caso contrario, la alternativa es, si no se hace así, perder las velas o volcar.

Por otra parte, el barco utilizado es un Outremer 45, en realidad un barco de paseo diseñado para brisas flojas, no apto para oleajes, ni fuertes vientos o corrientes de aire. El barco tiene de serie dos motores Volvo Penta D1-30, cuyo régimen de par máximo son 2.500 RPM. A este nivel de funcionamiento su consumo es de 3,20 litros de diésel/hora, es decir, 6,40 litros hora entre ambos motores.

La distancia, en línea recta son más de 3.000 millas. Pero es evidente que, las características del barco impiden que pueda navegar así dado que ya hemos comentado que no es apto para vientos fuertes. Según este experimentado marino, no es un “sloop”, es decir, “un barco monocasco de popa cerrada que pueda remontar vientos”.

En la ruta citada, y con suerte, su velocidad puede llegar a unos 6 nudos, es decir, 6 millas náuticas. A esta velocidad, la distancia tardará en recorrerse nada menos que 21 días.

Dado que el viaje se realiza en noviembre, con días cortos y largas noches, y con tiempo mayoritariamente nublado, la utilización de placas solares para neveras, cualquier otro electrodoméstico, piloto automático, electrónica y cualquier otro dispositivo será insuficiente de todas; con suerte, el generador eólico que lleva el barco puede dar para un 50% de las baterías.

Esto obliga a utilizar los motores 90 minutos al día sólo para las baterías, es decir, otros 11 litros de gasoil por día, con un total de 222 litros. Dado que son 4 los viajeros, esto supone unos 50 litros por persona. Y el cálculo es extremadamente optimista. Cualquier experto marino sabe que en la realidad un Atlántico de vuelta en noviembre, necesita de unos 800 litros, totales, no 200.

No digamos lo que ocurrirá cuando tengan que recurrir durante varios días a motor por las borrascas que en noviembre son la norma. Solo con que esto ocurra durante cuatro días, en el mejor de los casos, esto supone un incremento de 600 litros.

De forma que el cálculo muy optimista e irreal es que se consumirán unos 600 litros no se ajusta a la realidad, lo cierto es que nos iremos a los 800 más probables.

Si comparamos esto con la línea aérea que más combustible emplea en sus desplazamientos, la British Airways, nos vamos a 3,37 litros por pasajero por 100 kilómetros. De forma, que, volando con la British se hubieran consumido sólo 185 litros, y no los 800 que se van a emplear con toda seguridad.

Es más, utilizando compañías más ecológicas, como la Norvegian a 2,27litros/100 kms se hubiera reducido el gasto de combustible hasta los 124,85 litros.

Como conclusión, en ese viaje publicitado, en un barco inadecuado como ese, que necesita de revolucionar sus motores, litros y litros de gasóleo, y más y más emisiones, para suplir su manifiesta incapacidad a vela, se ha derrochado combustible de forma inmisericorde, de manera que se han gastado, de forma absolutamente innecesaria, más de 600 litros que de otra forma se hubieran podido evitar.

LOS CFC

La realidad es que se está hablando de la emergencia climática justamente en los países en los que menos contaminan, pongamos por caso el tema de los CFC, en China, en el que una tonelada de este producto es tan contaminante como 5.000 toneladas de CO2. Pero claro, los mismos organizadores de la cumbre climática son los dueños de las empresas que están destrozando el planeta con sus fábricas en la India, Pakistán, China…

EL GRAN ENGAÑO MEDIAMBIENTAL

La realidad es que, a diferencia de Rusia, China o EEUU, Bruselas impone en Europa una política globalista basada en que todos los productos perecederos que se consumen en Europa deben de comprarse fuera, con la excusa de que resultan más baratos. No es sólo que esto provoque la ruina de todo el sector primario europeo, lo cual no es poco, es que, además, mientras se alardea de luchar contra el cambio climático, se oculta la realidad de que “15 barcos mercantes intercontinentales contaminan tanto como 750 millones de coches…”, según The Guardian; o que esta contaminación está detrás de 50.000 muertes prematuras sólo en la Unión Europea y 60.000 millones de euros en costes sanitarios.

Así las cosas, este globalismo impuesto por la fuerza de unos supuestos Tratados de “libre comercio”, que no son libres y no son comercio, y que en realidad encubren el asesinato económico de los productores locales europeos, son, además, tan nefastos que nos obligan a utilizar el transporte marítimo intercontinental para todo.

Pero es especialmente nocivo en relación a los productos perecederos, dado que es evidente que no es lo mismo importar frutas que, por ejemplo, un vehículo; puesto que un Europeo puede que compre un coche cada cinco o diez años, pero necesita kilos y kilos de arroz, naranjas, limones y kiwis, y otras frutas y hortalizas para vivir.

Así que el arroz viene de Vietnam (al parecer, el de la albufera es más caro, cuando lo tenemos aquí), no pasa nada, un paseo por mar de nada menos de 25.000 km de distancia, alquitranando el océano para traer un arroz producido a base de agua muchas veces contaminada, lo que lleva a que su consumo tenga evidentes efectos cancerígenos; los Kiwis, lo mismo, son importados de Nueva Zelanda, un viaje de “solo” 30.000 km de distancia (al parecer ya no nos gustan los gallegos, que están aquí al lado). Las naranjas, las traemos de Sudáfrica, un paseo de otros 20.000 kilómetros, sin importarnos que estamos alquitranando el mar, provocando cambios en la atmósfera y que el producto africano está producido utilizando pesticidas baratos y cancerígenos, prohibidos en Europa, pero fabricados, eso sí, por empresas europeas.

Un estudio realizado por la Unió de Llauradors y Ramaders, revela que las emisiones de gases contaminantes de efecto invernadero GEI que generan las importaciones de productos de países terceros en la UE suponen que si se bebe un zumo de naranja brasileño se está emitiendo 17 gramos de CO2 a la atmósfera, además, cada vez que se come un cítrico procedente de Sudáfrica se está emitiendo 13 gramos de CO2 a por pieza de fruta, si se hace una paella con arroz de Camboya, cada cucharada de arroz  que se come está emitiendo 2 gramos de CO2 a la atmósfera, la misma cantidad que emite cada almendra si viene de Estados Unidos.

Por otro lado, cada cucharada de miel de China que se echa a la leche café o cuajada, emite 6 gramos de CO2, cada chuleta de cordero que se come procedente de Nueva Zelanda o Australia, está contribuyendo en emitir 18 gramos de CO2, si se compra uva de mesa procedente de Chile, cada racimo emite 48 gramos de co2, o un entrecot de vaca argentino, se están emitiendo 7 gramos de CO2.

Todo esto genera una emisión a la atmósfera de más de 378.000 toneladas de dióxido de carbono en el transporte marítimo hasta Rotterdam que podrían ahorrarse si se consumieran productos autóctonos.

Centrándonos en la cuestión medioambiental el problema es real y existe, en el sector todo el mundo lo sabe y calla. Se trata de ahorrar costes, de forma que los grandes cargueros intercontinentales (de nacionalidad Países Bajos o británica, mayormente) que realizan este transporte utilizan un combustible altamente tóxico (bunker fuel), un combustible muy denso, semejante al alquitrán, con un poder contaminante sobre la atmósfera y el mar devastador. No utilizan este combustible por casualidad, lo hacen porque es el más barato. En realidad, se trata de un resto del petróleo, lo peor.

Tengamos en cuenta que los consumos son gigantescos, dado que uno de estos barcos puede estar funcionando meses sin parar ni de día ni de noche, a fin de amortizar los gigantescos costes de su inversión; de tal forma que, diariamente, uno sólo de estos cargueros consume 100.000 litros de bunker fuel. Esto lleva a repostajes millonarios en miles de litros de alquitrán.

No sólo es el CO2 que se origina a la atmósfera, contribuyendo al cambio climático directamente, además está el poder contaminante por emisión de óxidos de nitrógeno y de azufre. Se estima que toda la contaminación por óxidos de nitrógeno procede del transporte marítimo y un 10% de los óxidos de azufre. Estos compuestos, vertidos indiscriminadamente a la atmósfera, contribuyen muy activamente a la aceleración del cambio climático, provocando la lluvia ácida que lleva a la incapacidad de los océanos para absorber el CO2 que se emite a la atmósfera, ya que destruye y daña gravemente a los grandes fijadores de CO2, sobre todo el plancton marino, además de las algas y fanerógamas marinas.

La capacidad contaminante de este tráfico incesante e innecesario, promovido por los mismos que después presumen de atacar el cambio climático, es tan devastadora que recientemente ha aparecido un reportaje en internet en el que se puede observar cómo las estelas de humo que desprenden estos monstruos se elevan a la atmósfera transformando su composición y modificando las propias nubes.

Tal y como expone El Diario. es, en uno de sus artículos, los datos oficiales del Gobierno de España, referidas al total del Estado español en el año 2016, señalan que el tráfico marítimo internacional representa el 40% de todas las emisiones a la atmósfera de los NOx, el 44% de las de SOx y el 22% de las de partículas finas (PM2,5).

Es un hecho que, al ocurrir todo en alta mar, la opinión pública lo ignora, pero para las zonas costeras y las ciudades portuarias, este tráfico marítimo es una fuente especialmente importante de emisiones altamente contaminantes, y por lo tanto un foco serio de problemas para las personas y el medio ambiente.

El dato es que, después de haber realizado distintos estudios científicos, la Comisión Europea estima que estas emisiones de contaminantes atmosféricos del tráfico marítimo causan anualmente en la Unión Europea 50.000 muertes prematuras y ocasionan nada menos que 60.000 millones de euros en costes sanitarios.

En las ciudades costeras del mar Mediterráneo, donde viven alrededor de 325 millones de personas, el tráfico marítimo representa hasta un 40% de la contaminación atmosférica.

Además, se calcula que un 30% de todo el tráfico marítimo internacional se dirige a puertos del Mediterráneo o pasa por sus aguas con destino a otros lugares. Dado que este mar representa sólo el 0,8% de la superficie oceánica mundial, es obvio que la densidad de este tráfico en el Mediterráneo es extremadamente alta (especialmente en su parte más occidental).

Actualmente, se estima que en cualquier momento hay aproximadamente 2.000 barcos mercantes de más de 100 toneladas en el Mediterráneo. Un total de 200.000 barcos lo cruzan anualmente.

Por si todo esto fuera poco, se estima un aumento de cerca del 250% del tránsito de barcos en el mediterráneo desde ahora hasta 2050. Según se expone en El Diario. es.

Como conclusión, nuevamente comprobamos el engaño al que nos someten, dado que nos encontramos con la paradoja de que, por un lado, diariamente se nos genera a todos los ciudadanos mala conciencia por no reciclar basura, por utilizar bolsas de supermercado de plástico, por utilizar nuestro automóvil, por ejemplo (se pretende prohibir ya su circulación en las grandes ciudades), pero al mismo tiempo, también diariamente, de forma clandestina, la UE impone, incesantemente, viajes intercontinentales para traer lo que ya producimos en Europa, arruinando así a los productores autóctonos, mientras se arrojan y tiran de forma inmisericorde toneladas y toneladas de alquitrán por todos los océanos, provocando nada menos que el 40% de la contaminación que sufrimos, destruyendo nuestro medio ambiente y provocando el cambio climático que luego dicen y presumen de combatir.

Como decimos, resulta demasiado obvio que sería más lógico, sostenible y respetuoso con el medio ambiente, que Europa se abasteciera de sus propios productos autóctonos, evitando los costosísimos viajes intercontinentales y los daños a nuestro planeta, máxime en una situación en la que la agricultura europea respiraría de nuevo, promocionando nuestro campo y propiciando una mejora económica para el conjunto de la UE.

En este sentido, se hace necesario la imposición de un “impuesto a la huella de carbono” que estos desplazamientos innecesarios producen, y así lo ha propuesto ya un grupo parlamentario, luchando de esta forma contra el calentamiento global, contra los gases de efecto invernadero, reduciendo las emisiones de CO2, así como las de óxido de nitrógeno, azufre, o monóxido de carbono; exigiendo que se indemnice al medio ambiente por la agresión que sufre en cada uno de estos viajes, e incentivando, de esta forma, el consumo sostenible de los productos autóctonos, siendo su principal objetivo proporcionar recursos para el presupuesto general, cubriendo los gastos ocasionados por los perjuicios derivados de esta contaminación.

¿Visto lo visto, que tipo de credibilidad pueden tener, en este caso, las políticas de Bruselas, cuando se oculta esta realidad, se suprimen a los agricultores locales y se destruye el planeta? Que la UE pretenda desconocer lo que está sucediendo, cómo se destrozan los océanos y el planeta, cómo se arrojan auténticas autopistas de alquitrán a cada momento por los océanos; obligando a estos nocivos desplazamientos masivos, no evita que se acabe conociendo finalmente el engaño y la triste realidad de lo que está sucediendo; que se generen dudas sobre qué intereses existen en dichas políticas, y que este conocimiento lleve, finalmente, a la destrucción de cualquier atisbo del más mínimo prestigio para las erráticas, enloquecidas y desatinadas políticas de Bruselas.